
Huasca de Ocampo: el pueblo que dio origen a la magia turística en México
Por Juan Pablo Ojeda
En México hay destinos donde el tiempo parece haberse detenido, donde la historia, la cultura y la naturaleza se entrelazan para ofrecer algo más que unas vacaciones: una experiencia. Así nació el programa Pueblos Mágicos, impulsado por la Secretaría de Turismo, con el objetivo de reconocer y revalorar a esas localidades que, más allá de lo turístico, tienen alma.
El propósito fue claro desde el inicio: rescatar la riqueza simbólica y cultural de comunidades con tradiciones vivas, arquitectura singular, gastronomía propia y una conexión especial con su historia. Son esos lugares que enamoran no por los rascacielos ni los centros comerciales, sino por las calles empedradas, las leyendas que se cuentan al anochecer, los olores de la cocina típica, y la hospitalidad que solo se encuentra en los pueblos.
Y si hay un lugar que marcó el inicio de esta ruta mágica, ese fue Huasca de Ocampo, en el estado de Hidalgo. A tan solo 128 kilómetros de la Ciudad de México, este pequeño pueblo serrano fue el primero en recibir, en 2001, el distintivo de “Pueblo Mágico”. Desde entonces, se convirtió en ejemplo del tipo de destino que México quiere mostrarle al mundo.
Huasca lo tiene todo: naturaleza impresionante, historia minera, arquitectura colonial, y un halo de misterio gracias a sus leyendas. Su joya más conocida son los Prismas Basálticos, formaciones rocosas de origen volcánico que se alzan como columnas perfectamente geométricas junto a una cascada. Este espectáculo natural es considerado una de las maravillas geológicas del país.
Cerca de allí están las haciendas de Santa María Regla y San Miguel Regla, herencia de los tiempos coloniales y testigos del auge de la minería en la región. Caminar por sus pasillos es como abrir una página de historia, rodeado de jardines, muros antiguos y relatos que aún susurran entre las piedras.
El corazón del pueblo late en su centro histórico, con calles empedradas, casas de tejas rojas y balcones floridos. Aquí es común ver a visitantes saboreando quesadillas, sopes o tamales, mientras recorren tiendas de artesanías llenas de color y tradición. La parroquia de San Juan Bautista, con su fachada sobria, domina la plaza principal y sirve como punto de encuentro para locales y turistas.
Pero Huasca también es ideal para quienes buscan naturaleza y aventura. En el Bosque de las Truchas, familias enteras disfrutan de paseos en lancha, pesca recreativa y tirolesas. Los más aventureros pueden adentrarse en senderos para caminar, pedalear o montar a caballo, respirando aire puro entre montañas y árboles centenarios.
Y como si no bastara, este pueblo mágico tiene un lugar peculiar que lo distingue aún más: el Museo de los Duendes. Un espacio dedicado a las leyendas y criaturas fantásticas del folclore local, que invita a creer, o al menos a imaginar, que hay seres mágicos escondidos entre los árboles del bosque.
Con todo esto, Huasca de Ocampo no solo inauguró el programa de Pueblos Mágicos, sino que se convirtió en un símbolo de lo que México tiene para ofrecer más allá de las postales típicas. Es un lugar que celebra la identidad, donde la tradición y la naturaleza se abrazan, y que sigue atrayendo a miles de visitantes que buscan algo más que un viaje: buscan una conexión con la esencia mexicana.
Y eso, definitivamente, tiene su propia magia.
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