
Francia y Gran Bretaña: la disputa histórica por el descubrimiento de Neptuno
El 23 de septiembre de 1846 marcó un hito en la astronomía con el descubrimiento de Neptuno, el octavo planeta en distancia al Sol y el más lejano del Sistema Solar. De gran tamaño —cuarto en diámetro y tercero en masa—, su hallazgo no solo representó un logro científico, sino que también desató una pugna diplomática y nacionalista entre Francia y Gran Bretaña, países que reclamaban la autoría del descubrimiento.
La historia comenzó en 1821, cuando el astrónomo francés Alexis Bouvard publicó tablas astronómicas con la órbita de Urano. Pronto, las observaciones revelaron irregularidades que no coincidían con sus cálculos, lo que llevó a la hipótesis de que otro cuerpo celeste ejercía influencia gravitatoria sobre Urano.
En 1843, el matemático británico John Couch Adams calculó la posible órbita de un octavo planeta a partir de esas anomalías. Aunque envió sus resultados al Astrónomo Real, sir George Airy, nunca llegó a completar la información solicitada, lo que retrasó el reconocimiento de su trabajo.
#XDondeelSolSale🌞 28 de enero de 1613. #GalileoGalilei predice el descubrimiento del planeta #Neptuno luego de observar y registrar ‘una aparente #estrellaazul que no aparecía en ningún registro o catálogo antiguo’. ☑️ pic.twitter.com/gheHBYg2QQ
— Diario de Mann (@MannPrieto) January 28, 2024
De manera paralela, el francés Urbain Le Verrier realizó cálculos similares y logró convencer al astrónomo alemán Johann Gottfried Galle para iniciar la búsqueda. Fue así como la noche del 23 de septiembre de 1846, Neptuno fue observado por primera vez, exactamente en la posición que Le Verrier había predicho. Por su parte, el británico James Challis, encargado de buscar el planeta por encargo de sus colegas, lo había observado dos veces en agosto, pero no lo identificó como tal.
El descubrimiento generó una rivalidad nacionalista inmediata: ¿debía atribuirse a la precisión matemática de Le Verrier o al trabajo adelantado de Adams? Finalmente, la comunidad internacional resolvió que ambos compartieran el crédito, reconociendo la importancia de sus cálculos teóricos.
Curiosamente, mucho antes, en 1612, Galileo Galilei había llegado a observar Neptuno, aunque lo confundió con una estrella y no profundizó en su estudio.
Hoy, 179 años después, Neptuno sigue recordándonos que la ciencia avanza no solo gracias a las observaciones directas, sino también al poder de las matemáticas para predecir lo invisible.
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