El boom de los huertos urbanos en azoteas: de la “torre de comida” en la Juárez a los jardines comestibles de Iztapalapa
En una ciudad donde el concreto domina el paisaje y el espacio parece un lujo imposible, algo verde está ocurriendo sobre nuestras cabezas. Las azoteas de la Ciudad de México se han convertido en laboratorios vivos de agricultura urbana: restaurantes que cultivan su propia ensalada a unos metros de la cocina, edificios que transforman techos grises en pequeños bosques comestibles y comunidades que descubren, entre macetas y camas de cultivo, una forma de combatir la inseguridad alimentaria.
En colonias como la Juárez, Roma y Condesa, algunos restaurantes han dado un salto simbólico y práctico: suben la cocina al techo. Más allá de lo fotogénico, estos huertos en azotea funcionan como despensas vivas. Ahí se siembran lechugas, arúgula, albahaca, jitomate cherry y hierbas que bajan directamente al plato del comensal.
La lógica es simple y poderosa: menos intermediarios, menos refrigeración, menos desperdicio y más sabor. Para los chefs, además, se abre un laboratorio de creatividad: cultivar ingredientes de temporada obliga a crear menús más vivos, más honestos y más conectados con el clima real de la ciudad.
Estas “torres de comida” no siempre son rascacielos; a veces son estructuras verticales de PVC, estanterías de madera o sistemas hidropónicos que aprovechan cada centímetro. Son huertos pensados para ser vistos, visitados y, sobre todo, comidos.
En el otro extremo de la ciudad, lejos de los reflectores gastronómicos, los huertos urbanos también están cambiando realidades. En colonias de Iztapalapa, familias y colectivos han creado jardines comestibles en azoteas, patios, escaleras y terrenos baldíos, convirtiendo espacios olvidados en fuentes de alimento.
Aquí el huerto no es una experiencia estética, sino una estrategia de supervivencia. Sembrar acelga, espinaca, epazote o chile no es una tendencia, es una forma de asegurar comida fresca, reducir gastos y fortalecer la organización vecinal.
El efecto va más allá del plato: los huertos se convierten en puntos de encuentro, reducen el abandono de espacios, generan sentido de comunidad y, de forma indirecta, ayudan a disminuir conflictos al activar zonas que antes estaban vacías o deterioradas.

¿Por qué las azoteas se volvieron el nuevo suelo fértil?
La azotea tiene varias ventajas que la hicieron irresistible:
Recibe más sol que un patio interior.
Está subutilizada en la mayoría de los edificios.
Permite controlar el agua y el sustrato mejor que en suelo urbano contaminado.
Y simbólicamente representa un cambio: producir en lugar de solo consumir.
Además, la pandemia dejó una huella clara: muchas personas buscaron formas de reconectar con la naturaleza sin salir de casa, y plantar algo propio se volvió un acto de salud mental.
Cómo empezar tu propio huerto en azotea (sin ser experto)
Este movimiento no pertenece solo a chefs o activistas. Cualquier persona puede empezar con pasos sencillos:
1. Empieza con lo fácil
Hierbas como albahaca, menta, cilantro o romero son resistentes y perfectas para principiantes. También funcionan bien la lechuga orejona, espinaca y acelga.
2. No necesitas macetas caras
Envases reciclados, cubetas perforadas, cajones de madera o huacales funcionan perfecto. Lo importante es que tengan buen drenaje.
3. La tierra lo es todo
Mejorar tu sustrato con composta o humus de lombriz marca la diferencia. No necesitas tierra de del campo; existen mezclas listas para huerto urbano que funcionan muy bien.
4. El sol es tu aliado
Busca un espacio que reciba al menos 4–6 horas de luz directa. Sin eso, las plantas sobreviven, pero no prosperan.
5. Riega menos de lo que crees
Uno de los errores más comunes es ahogar las plantas. La tierra debe estar húmeda, no encharcada. Un drenaje deficiente es peor que un riego escaso.
6. Piensa en vertical
Si el espacio es pequeño, usa estructuras tipo escalera, botellas colgantes o tubos verticales. El cielo (o la azotea) es el límite.
Más que una moda: la ciudad que se autoalimenta
Los huertos urbanos en azoteas están dejando de ser un gesto simbólico para convertirse en una respuesta real a problemas estructurales: acceso a alimentos frescos, salud mental, recuperación de espacios y comunidad.
Lo interesante no es solo que la lechuga crezca sobre el concreto. Es que la ciudad, por primera vez en mucho tiempo, empieza a producir algo más que estrés: empieza a producir vida.
De la Juárez a Iztapalapa, los chilangos ya no solo miran el cielo desde las azoteas. Ahora lo usan para sembrar su propio futuro. 🌱
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